Expresión Libre

jueves, 2 de noviembre de 2017

P i z a r n i k / Ernesto Brannan León


Vivir en esa casa con ella, era mágico.
No es que mi novia fuera mágica, bueno, eso de “Mi” novia, lo digo ahora que no es nada mío.
Entonces la llamaba por su nombre de pila y ella a mí por mi apellido.
En la casa sucedían cosas que suceden en una casa.
a menudo se agotaba el dinero para adquirir los garrafones, se tapaba el baño, al tinaco le aparecían fugas desconocidas, y a veces, raras veces, nos poníamos tristes.
Yo al igual que papá me hacía “el mil oficios”, “el todo lo puede”, “el tráeme la perica y la llave de octavos”, era lo que se dice, un ferviente seguidor de la doctrina “hágalo usted mismo” y cómo buen feligrés ante mis fracasos terminaba acudiendo a ella, y ella hacia eso, me refiero a que decía “agua”, sólo repetía la palabra “agua” ni siquiera agitaba la mano, ni agarraba la perica cómo simulando una varita… -sí, ya sé, van a decir que el absurdo es uno de los elementos clásicos del cuento, que lo fantástico es un género choteado, que deje de leer a Cortázar, pero se los juro, si supiera cómo lo hacía, se los diría.
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Ella no hacía más que frenar su espigada figura en cualquier parte de la casa, a menudo en la puerta, otras con la mirada fija en la ventana, entreabría la boca y una lluvia de milagrosas reparaciones se sucedían: se ponía el garrafón al hombro, ingeniaba bombas destapa caños con envase familiares de coca-cola, inclusive al vecino le prestaba la soldadora y nuestro tinaco salía del luto y regresaba a soñar que era uno de los siete mares y esos moscos sus navegantes.
***
Aún ahora que ya no es nada mío
[y con el perdón de papá]
soy un fiel converso
de esos
Que solucionan todo con un llanto.

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